Dos alucinados como los hermanos Lumière nos regalaron, hace más de un siglo, la magia del séptimo arte y hace ya 110 años que otro francés llegó a Cuba con la cámara para atrapar a este pueblo que, desde aquellas primeras exhibiciones de Gabriel Veyre, se convirtió en un país de cinéfilos.
Ahora, cuando el invierno cálido pero húmedo del 2007 concluye, se realiza en la Isla el 10º Festival del cine francés que, en ocasión de este aniversario, amplió sus horizontes más allá de la capital cubana y llegó a las catorce provincias y al municipio especial de la Isla de la Juventud para proyectar en 36 salas sus 19 largometrajes, así como cortos para adultos y para niños, incluidos en este rubro documentales, ficción y animados.
Desde su inicio el cine francés se fue expandiendo y se convirtió no en una esfera de culto, como sucedía entre los cineclubistas de los años 40 y 50 del pasado siglo, entre las élites universitarias y del medio artístico, sino que se adueñó de amplias capas de la población, en su diversidad y en todas las generaciones.
Así, después del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, ha devenido este Festival el segundo evento cinematográfico más importante que se produce, anualmente, en Cuba con el enriquecimiento espiritual que esto conlleva, amén de permitir al público tener una mirada más abarcadora, en especial sobre una de las más importantes filmografías de Europa, en la que hay una confesa voluntad cultural e identitaria frente al dominio que Hollywood manifiesta desde su industria a escala global.
Numerosos cineastas, algunos veteranos del celuloide y otros jóvenes autores han ingresado al imaginario cinematográfico de los cubanos, con el sentido de una poética que también, desde la latinidad, nos es más próxima dentro de nuestro propio discurso cultural e histórico.
Pero, además, este festival ha estado muchas veces signado por un proyecto más abarcador, el de la francofonía, y se han incluido en varias ediciones filmes producidos en Àfrica, de países ya independientes de expresión francesa, así como piezas caribeñas o asiáticas que también manifiestan vínculos culturales con París.
En muchas oportunidades, como sucede en este 2007, películas dirigidas por jóvenes de ascendencia árabe, procedentes de Argelia o Marruecos, atrapan a la crítica y a los espectadores, por el interés temático y el lenguaje experimental, como se evidencia mayor presencia de la mujer detrás de las cámaras, y el evento se enriquece con esa mirada femenina desde la dirección cinematográfica, como en esta ocasión con la película La pequeña Jerusalén, de la joven directora Karin Albou.
El filme que se centra en la comunidad judía, situada en el barrio de Sarcelles, en las afueras de París, llega bajo la dirección de una mujer, nacida en Francia y de ascendencia argelina, con una obra que mereció diversos reconocimientos a escala internacional como el que le concedieron a la directora en su début los críticos de cine galos, así como el premio SACD al mejor guión en el Festival de Cannes, y el de actriz revelación para Fany Vallette.
Otra película significativa en esta edición tiene como escenario a Haití y llega con el título de Hacia el sur, coproducida por Francia y Canadá, dirigida por Laurent Cantet quien ganó el premio CinemAvvenire y su actor, Cesar Ménothy, el premio Marcello Mastroianni en el Festival de Venecia del 2005.
Esta cinta que se desarrolla en el pretendido ambiente paradisíaco del caribe haitiano, pero convulsionado en medio de una dictadura, es una denuncia también del mercado del sexo.
Paris je t’aime, idea original de Tristán Carné, coproducida por Francia, Alemania, Suiza y Liechtenstein en el 2006, es una especie de collage en el que intervienen distintos realizadores así como actores y actrices de nivel internacional, se despliega por los 20 barrios de la capital gala, y nos conduce por un entorno emocional y humano plural, en el que se insertan también los emigrados y sus descendientes, sin rasgos de xenofobia.
Momentos de humor, otros de fuerte imaginación, más experimental en su discurso, y otros de fina indagación del alma humana, como encuentros de particular intensidad emotiva, como el protagonizado por esa gran actriz que es Juliette Binoche hablan con los recursos de la industria, de la tecnología y del profesionalismo pero y sobre todo, desde el diálogo del amor, cuando el cine busca qué decir y lo hace bien, para disfrute de los espectadores.
Mercedes Santos Moray
Fuente: CUBARTE Portal de la Cultural Cubana
Ahora, cuando el invierno cálido pero húmedo del 2007 concluye, se realiza en la Isla el 10º Festival del cine francés que, en ocasión de este aniversario, amplió sus horizontes más allá de la capital cubana y llegó a las catorce provincias y al municipio especial de la Isla de la Juventud para proyectar en 36 salas sus 19 largometrajes, así como cortos para adultos y para niños, incluidos en este rubro documentales, ficción y animados.
Desde su inicio el cine francés se fue expandiendo y se convirtió no en una esfera de culto, como sucedía entre los cineclubistas de los años 40 y 50 del pasado siglo, entre las élites universitarias y del medio artístico, sino que se adueñó de amplias capas de la población, en su diversidad y en todas las generaciones.
Así, después del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, ha devenido este Festival el segundo evento cinematográfico más importante que se produce, anualmente, en Cuba con el enriquecimiento espiritual que esto conlleva, amén de permitir al público tener una mirada más abarcadora, en especial sobre una de las más importantes filmografías de Europa, en la que hay una confesa voluntad cultural e identitaria frente al dominio que Hollywood manifiesta desde su industria a escala global.
Numerosos cineastas, algunos veteranos del celuloide y otros jóvenes autores han ingresado al imaginario cinematográfico de los cubanos, con el sentido de una poética que también, desde la latinidad, nos es más próxima dentro de nuestro propio discurso cultural e histórico.
Pero, además, este festival ha estado muchas veces signado por un proyecto más abarcador, el de la francofonía, y se han incluido en varias ediciones filmes producidos en Àfrica, de países ya independientes de expresión francesa, así como piezas caribeñas o asiáticas que también manifiestan vínculos culturales con París.
En muchas oportunidades, como sucede en este 2007, películas dirigidas por jóvenes de ascendencia árabe, procedentes de Argelia o Marruecos, atrapan a la crítica y a los espectadores, por el interés temático y el lenguaje experimental, como se evidencia mayor presencia de la mujer detrás de las cámaras, y el evento se enriquece con esa mirada femenina desde la dirección cinematográfica, como en esta ocasión con la película La pequeña Jerusalén, de la joven directora Karin Albou.
El filme que se centra en la comunidad judía, situada en el barrio de Sarcelles, en las afueras de París, llega bajo la dirección de una mujer, nacida en Francia y de ascendencia argelina, con una obra que mereció diversos reconocimientos a escala internacional como el que le concedieron a la directora en su début los críticos de cine galos, así como el premio SACD al mejor guión en el Festival de Cannes, y el de actriz revelación para Fany Vallette.
Otra película significativa en esta edición tiene como escenario a Haití y llega con el título de Hacia el sur, coproducida por Francia y Canadá, dirigida por Laurent Cantet quien ganó el premio CinemAvvenire y su actor, Cesar Ménothy, el premio Marcello Mastroianni en el Festival de Venecia del 2005.
Esta cinta que se desarrolla en el pretendido ambiente paradisíaco del caribe haitiano, pero convulsionado en medio de una dictadura, es una denuncia también del mercado del sexo.
Paris je t’aime, idea original de Tristán Carné, coproducida por Francia, Alemania, Suiza y Liechtenstein en el 2006, es una especie de collage en el que intervienen distintos realizadores así como actores y actrices de nivel internacional, se despliega por los 20 barrios de la capital gala, y nos conduce por un entorno emocional y humano plural, en el que se insertan también los emigrados y sus descendientes, sin rasgos de xenofobia.
Momentos de humor, otros de fuerte imaginación, más experimental en su discurso, y otros de fina indagación del alma humana, como encuentros de particular intensidad emotiva, como el protagonizado por esa gran actriz que es Juliette Binoche hablan con los recursos de la industria, de la tecnología y del profesionalismo pero y sobre todo, desde el diálogo del amor, cuando el cine busca qué decir y lo hace bien, para disfrute de los espectadores.
Mercedes Santos Moray
Fuente: CUBARTE Portal de la Cultural Cubana
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